por Marta Sesé
«Pero el Rastro es sobre todo, más que un lugar de cosas, un lugar de imágenes y de asociaciones de ideas, imágenes, asociaciones sensibles, sufridas, tiernas, interiores, que para no traicionarse, tan pronto como se forman y á continuación se deforman en blancas, transparentes, aéreas y volanderas ironías... ¿Cómo y hasta qué punto darán explicaciones por haberse formado?... Se suceden unas á otras sin detenerse por tremendas ó balbucientes é ingenuas y se las acepta y se las sonríe o se las lamenta y se las suelta.» Ramón Gómez de la Serna, El Rastro, 1910
Ante mí, cada domingo, material fotográfico encontrado: cajitas de cartón envejecidas con anotaciones y con negativos en su interior; cajas de plástico, sobre todo amarillas y azules, con diapositivas sin orden aparente; negativos sueltos, prácticamente “rescatados” tras preguntar explícitamente por ellos y conseguir un poco de esfuerzo por buscar algo que se creía perdido –por segunda, tercera, cuarta vez– y que se considera que ahora no tiene ningún valor. Aparentemente nada que reconocer en las imágenes que estos materiales soportan y, por lo tanto, nada que recordar. Aún así, a pesar del ejercicio fallido que es tratar de recordar, estos objetos, la imagen y su materialidad, son portadores de una memoria que, aunque no he vivido, me afecta.
Dejo el metro en Tirso de Molina, recorro solo un trozo de la plaza para tomar la calle del Duque de Alba y llegar a la plaza del Cascorro. Si llego a la plaza antes de las nueve y media de la mañana los puestos se están todavía montando, nadie está paseando y en un determinado momento llega el hombre de hojalata, de arriba a bajo pintado de plata y grita: “¡Buenos días a la plaza entera! Bonita mañana vecinos, vamos a liarla”. A partir de las diez las calles se van llenando de turistas y locales, la mayoría bajan por Cascorro y toman la calle Ribera de Curtidores, para, al final, torcer a la derecha hacia la Plaza del Campillo Nuevo, si no volver ya a sus casas.
En mi caso, cruzo Cascorro bien arrimada a la derecha de la plaza, entre la parte trasera de los puestos y la fachada, repleta de bares listos para servir cañas y vermuts, hasta llegar a la calle de las Amazonas que me lleva hasta mi primer destino: la Plaza del Gral. Vara del Rey. Aquí los puestos son más humildes, la primera parte dedicada a antigüedades, la segunda a ropa de segunda mano y de imitación. Muchos de ellos han heredado los puestos de sus familias y sus puestos vecinos son sus propios hermanos, primos o cuñados. Entre los candelabros y las herramientas antiguas podía encontrar, más o menos a menudo, cajas repletas de negativos, siempre placas de vidrio de gelatino-bromuro o película de gran formato. Luis, el dueño de uno de los puestos –y quién ha colaborado en la intervención de Antonio M. Xoubanova– me cuenta que lo que tiene valor son las cajas y no el material fotográfico en sí mismo.
Sigo mi recorrido por la calle de Carlos Arniches pero girando enseguida a la derecha por la calle Mira el Río Alta. Allí, nada más entrar a mano izquierda se sitúa cada domingo un vendedor de cámaras de segunda mano. Las tiene sobre una manta junto a carretes vírgenes, en su mayoría caducados, que también están a la venta. Cada vez que paso por delante le pregunto si tiene diapositivas y, las pocas veces que sucede, para su sorpresa, me las llevo todas conmigo. Creo que ha sido profesor de fotografía o que ha estado en contacto con estudiantes porque las diapositivas siempre tienen el marco de cartón escrito con datos relacionados con la técnica aplicada en las tomas: apertura del diafragma, velocidad de obturación, esquemas de luces, etc. De ahí surgen algunas de las imágenes que Nicholas F. Callaway emplea para una de sus animaciones: una habitación, fotografiada decenas de veces desde el mismo ángulo, cuya luz cambia debido a la manipulación de parámetros técnicos en la cámara.
A partir de aquí el recorrido puede variar según el domingo. La mayoría de las veces tuerzo a mano izquierda por la calle Mira el Río Baja para ir haciendo zigzag por la calle Bastero y la calle Arganzuela, terminar recorriendo de principio a fin la calle Carnero y estar de nuevo, aunque en una parte más baja, en la calle Carlos Arniches para recorrerla hacia arriba deshaciendo el trayecto hecho. En este camino más laberíntico encuentro una combinación entre locales y puestos aparentemente improvisados en la calle creados con mantas en el suelo. Les pregunto a todos ellos si tienen diapositivas o negativos. Algunos ya me reconocen como “la de las diapositivas”. Los primeros meses adquirí material que debían tener almacenado desde hace años, haciéndome saber que no estaban especialmente interesados en tener más material fotográfico de este formato ya que la fotografía en papel tenía mucho más valor, pero que si llegaba a ellos me lo guardarían. Diapositivas y negativos de 35 mm en color y en blanco y negro eran los materiales predominantes en este tramo. En ocasiones archivos con un mismo origen están repartidos por distintos puestos y se hallan en visitas diferentes al Rastro, dándome cuenta de la relación en el proceso de digitalización y catalogación del material; otras veces un puesto alberga tan solo dos tiras sueltas de 35mm de una misma persona; y otras tantas, álbumes enteros, perfectamente documentados que permiten rastrear biografías parciales de sujetos del pasado.
Esta colección, este archivo o contra-archivo, rehúye de cualquier principio de procedencia, cuestiona la necesidad de búsqueda de una narrativa única que lo explique o lo justifique y halla en su propio caos, en su propio anacronismo, la capacidad de encontrar multitud de relatos desde donde describirse. Los artistas que participan en Archivo Rastro proponen su intervención, pero también el propio proceso de construcción del archivo, la adquisición, digitalización y catalogación, da pie al encuentro de sistemas de ordenación y lectura diversos.
La materialidad del medio encontrado permite esbozar una historia parcial de la fotografía visibilizando cuál era el uso social, desde su elitismo a su “democratización” y sin olvidar que las placas de vidrio de gelatino-bromuro de la segunda mitad del siglo XIX, lejos de desaparecer o agotarse, conviven con el presente, están en mi escritorio y se han manipulado con escáneres de reciente producción. Portadores de memoria, los materiales de Archivo Rastro soportan imaginarios distintos según sea el material que los mantiene visibles.
Así, las placas secas vidrio de gelatino- bromuro, casi todas ellas vinculadas a la marca Lumière, como se hace presente en las cajas contenedoras, albergan familias pudientes de la segunda mitad del siglo XIX posando ante sus mansiones, vestidos de punta en blanco en el campo o listos para salir de paseo en carrozas tiradas por caballos. No se trata de momentos particularmente exclusivos para los protagonistas de las mismas, el registro de su cotidianeidad era habitual pero, por supuesto, la posibilidad tan solo les pertenecía a ellos y sus similares.
Un cambio sustancial, se da en el momento en que Kodak, de George Eastman, empieza a fabricar carretes de película enrollable. Es en 1888 cuando Eastman, saca su primera cámara dirigida a todos los públicos, un artilugio ya cargado con un rollo de película para hacer 100 fotografías. Una vez disparado todo el rollo, se enviaba la cámara a la fábrica y te mandaban las fotografías en papel, los negativos y la cámara lista para tomar otros 100 registros. Aunque mucho más accesible, el acceso a la fotografía seguía siendo en gran medida exclusivo. Escenas de picnic, viajes a la montaña o la playa, en Archivo Rastro destacan Kodak e Ilford como marcas de película enrollable de gran formato y que, según el imaginario que presentan, era utilizado por familias privilegiadas para documentar momentos más o menos excepcionales de sus vidas.
Dominan en Archivo Rastro, las diapositivas –aunque presentes ya en el siglo XIX como material de proyección en el entretenimiento y la educación, no se utilizan en el ámbito amateur o familiar hasta 1907, con la aparición de las placas Autochrome– y los negativos en 35mm. Destaca en el archivo la fotografía moderna en color, con Kodachrome, que aparece en 1935 o Agfacolor, en 1936. La documentación de la vida cotidiana ya pertenece a un amplio rango de la sociedad, que registra sus viajes, el día a día doméstico y ensaya con el propio medio.
Una relación, o una búsqueda de sentido, posible entre tantas otras. Archivo Rastro es un ejercicio de apropiación relacionado con la memoria cuyo nombre ya explica mucho de uno de los principios que lo conforman: lo que hemos encontrado –la colección, el archivo– porque ha conseguido dejar un rastro, transmitir cierta memoria.